La bella Anastasia Patricia nació en Constantinopla durante el siglo VI en el seno de una noble familia egipcia.
Se cuenta que el emperador Justiniano estaba perdidamente enamorado de ella y cuando Anastasia hacía su entrada en la corte, los ojos del emperador no podían separarse de ella. Vale recordar que Justiniano se había casado con una actriz de circo llamada Teodora gracias a una ley por la cual se permitía el matrimonio entre distintas clases sociales. Hasta ese momento, había sido imposible que el emperador se casara con una mujer que socialmente se encontraba próxima a las prostitutas. Pero pudo hacerlo y la brillante Teodora llegó a ser una fantástica emperatriz a los veintisiete años.
Sin embargo, la presencia de Anastasia inquietaba a la imperial consorte; los celos de Teodora no se hicieron esperar y eran frecuentes las rabietas cuando asomaba la bella joven por los salones reales.
Anastasia notó el malestar que provocaba en la esposa de Justiniano y decidió alejarse; así, partió hacia Alejandría y allí fundó un monasterio.
En el año 548, Teodora murió víctima de un cáncer de mama y el emperador Justiniano mando emisarios a Alejandría para buscar a Anastasia y casarse con ella. Pero los consternados enviados tuvieron que regresar con malas noticias: Anastasia no se encontraba en el monasterio.
¿Donde podía estar la joven? No eran épocas en que las mujeres salían de sus casas o conventos y andaban solas por los caminos. Nótese que dije "las mujeres": los hombres, por supuesto, podían ir y venir a su antojo. Esto inspiró a Anastasia, quien se disfrazó de hombre y huyó al desierto de Escitia. Tal vez no pensó, mientras se vestía con las ropas varoniles, que volverse hombre en apariencia iba a ser su destino...
En el desierto conoció al padre Daniel, quien le indicó un lugar donde había una gruta donde podía permanecer sin problemas; en ese lugar vivió escondida Anastasia durante seis meses.
Pero la joven no deseaba esa vida oculta. Sabía que como mujer tenía el destino sellado, de modo que decidió vivir como hombre: pasó a llamarse Anastasio el Eunuco y durante diecinueve años tuvo la vida ordinaria de cualquier monje en el desierto.
Cuando sintió que estaba por morir le pidió al fiel padre Daniel que la asistiera; el religioso la acompañó hasta que su corazón dejó de latir y la sepultó en la misma gruta. Recién en ese momento el hombre reveló el secreto tan celosamente guardado: Anastasio el Eunuco no era otro que la bella joven por quien suspiraba el emperador Justiniano. Una mujer que tuvo que pasar por hombre para poder cumplir su voluntad.