Algo más que buenas intenciones

El Art. 7º de la Convención sobre Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (C.E.D.A.W) establece que "los estados partes tomarán todas las medidas apropiadas para eliminar la discriminación contra la mujer en la vida política y pública del país, y en particular, garantizando en igualdad de condiciones con los hombres el derecho a: a) votar en todas las elecciones y referendums públicos y ser elegibles para todos los organismos cuyos miembros sean objeto de elecciones públicas". En el caso de Argentina, además, la Constitución Nacional señala en su artículo 37 "…La igualdad real de oportunidades entre varones y mujeres para el acceso a cargos electivos y partidarios se garantizará por acciones positivas en la regulación de los partidos políticos y en el régimen electoral".

Hemos resaltado la expresión "se garantizará con acciones positivas", porque una cosa es legislar en abstracto y otra muy diferente, considerar los múltiples desafíos y adversidades que deben sortear las mujeres en la concreción de su vocación política y militante.

La militancia, ya sea en una Organización de la Sociedad Civil, en un partido político, en un gremio, en un colegio profesional, en un sindicato, es un plus que se agrega a la vida diaria: está el momento de atender la casa y la familia, el período laboral y después de eso, el rato que queda libre, la porción de tiempo para la actividad militante.

No es mi intención entrar en el debate de si está bien o no que haya leyes de cupo (o cuotas), si debe discriminarse positivamente o no a las mujeres, si es diferente la participación política femenina; ni analizar los binomios naturaleza/cultura y sexo/género. Este escrito apunta a algo mucho más básico: ¿cómo se garantiza efectivamente el acceso a la participación política de la mujer?

Seamos realistas; ubiquémonos por un momento en el escenario en el que viven miles de mujeres, que no es el de las grandes ciudades donde pueden asistir a congresos y seminarios; grandes urbes donde los caminos y rutas son transitables; donde los medios de transporte son accesibles; donde pueden comunicarse fácilmente con sus familias a través de teléfonos fijos o celulares o chequear su cuenta de correo desde cualquier computadora portátil utilizando wi-fi.

Son muchas, muchísimas más las mujeres invisibles que viven, trabajan y militan (o desean militar) en zonas rurales, en regiones inhóspitas, en comunidades desérticas, en pueblos inundados… Ellas necesitan algo más que una legislación abstracta que las promueva: necesitan políticas públicas que las contengan y les brinden condiciones dignas de vida y desarrollo.

Mientras preparaba unos talleres para implementar fuera de la Ciudad de Buenos Aires, traté de situarme en los distintos escenarios de los municipios de mi país. Digo "mi país", pero podría haber dicho cualquier otro de Latinoamérica o del mundo: la experiencia me ha mostrado que si bien los hoteles cinco estrellas repiten el modelo en todas las capitales, la pobreza, la exclusión y la falta de posibilidades multiplican variantes inimaginables en las distintas regiones. Traté de visualizar un día cualquiera en la vida de una mujer casada y con hijos, con una actividad laboral o profesional y con vocación por la esfera pública. Llamé a esta mujer Teresa, tanto como para darle un nombre.

Teresa vive a muchos kilómetros de la capital de su provincia y a muchos más de la Capital del país. Los caminos que llevan hasta su pueblo están en mal estado y la mayor parte del año son intransitables. Cuando llueve, además, se inundan. En su pueblo hay pocas computadoras, no hay red inalámbrica y los celulares (de aquellos pocos que cuentan con un aparato) tienen mala recepción. Su pueblo no cuenta con tren ni transporte subterráneo; el servicio público está muy restringido.

Imagínense un día cualquiera, con una reunión política a la que debe asistir Teresa. En su pueblo, todo queda lejos. La escuela de los niños, su casa, su lugar de trabajo, el local partidario. Teresa debe peregrinar de un sitio al otro con las falencias propias de los caminos, el transporte, las comunicaciones. Muchos dirán: "Bueno, también los hombres deben soportar las mismas restricciones". Por supuesto, pero Teresa debe, además, hacer las compras para su casa, preparar la cena, ver que los niños hagan sus tareas, preparar la ropa de la familia para el día siguiente… Y todo en un lugar sin delivery (que le facilitaría la comida para la cena), con malos servicios (o nulos) de telefonía móvil para avisar a su familia que puede retrasarse, con ausencia de transporte en determinadas horas para llegar a su casa…

Entonces… ¿cuáles son las acciones positivas para asegurar la participación de todas las Teresas en la actividad partidaria? ¿Basta con legislaciones abstractas y declaraciones circunstanciales? ¿Alcanza con un lugar deslucido en una lista? Es mucho más que eso lo que se necesita y es lo que debemos analizar, promover y auspiciar.

Las mujeres necesitan capacitarse en el medio en que viven y trabajan. Necesitan legislación que las promueva teniendo en cuenta las circunstancias regionales y no simples normativas basadas en una mujer irreal, neutra y capitalina. Las mujeres necesitan más que un empujoncito para caer una grilla de candidatos: necesitan acciones positivas de promoción y no declaraciones inocuas de contención.

El trabajo en red ayuda aún a la distancia; compartir declaraciones, ideas, opiniones y proyectos potencia la propia fuerza. El entramado del pensamiento común teje la red más resistente para unir voluntades, aunque estén lejos.

Legislemos, claro que si. Pero que las leyes de promoción de la actividad política de las mujeres sean algo más que buenas intenciones.


 

Marta Gaba

20/05/2009

mg@martagaba.com


 


 


 


 


 


 


 


 


 

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